GUADALUPE (Cáceres).- Tiene Guadalupe un cementerio de no hace excesivos años, que recogió tumbas del anterior y que pasó a abrazar enterramientos de siglos pasados junto a lo presente. En próximo post, en esta web, ofreceremos algunas imágenes al respecto. Ahora toca la literatura al caso...

Fue una tarde de invierno, tras comer temprano en el estupendo restaurante del Hostal Cerezo, cuando me eché a andar, caminando por la zona de no tan viejas calles y si parte nueva de esta villa para mi tan entrañable. Así hasta caer a la carretera de circunvalación que sube en dirección a las sierras de los Ibores -¡qué hermosos lugares, de ellos hablaremos otro día-.
A poco -apenas nada- de salir del casco urbano de Guadalupe, a mano derecha, desde esa carretera que lleva a Navalvillar de Ibor, aparece un pequeño camino que desciende por las laderas del montículo en donde está enclavada la Puebla de Guadalupe. Es el camino de muchas fincas, pero también del cementario, del renovado y -en cierta medida- moderno cementerio de Guadalupe.

El camino hasta el camposanto -que luego sigue hacia otros lugares de belleza extraordinaria- es muy hermoso. Finquitas y más fincas, cercados de red metálica, muros de piedras pequeñas situadas unas sobre otras, pobres casuchas para guardar ganado y aperos de labranza...para no poder labrar nada, pues salvo los olivos, esta tierra bien poco da... Paisaje pobre en producciones, rico en belleza, ondulado, de sube y baja, de alguna encina que enclavada estratégicamente emociona, de un alcornoque perdido, cerca del mar de pequeños olivos que decora con precisión milimétrica un paisaje verde, húmedo en aquella tarde de invernía, ligeramente soleado...
Caída de la tarde en las tierras de Guadalupe, andar sereno del caminante, recogimiento en el alma que a su vez también se serena, inevitablemente unida al paisaje, reconociendo allí, ante tanta belleza, la mano del Creador.

Esta es la grandeza de Guadalupe, que no es necesario incluso acudir a su magnífica basílica, para sentirte cerca de Dios. Su mano, su presencia, la adivinas por todas partes. Lección de cercanía, de atracción, de hermosura en lo sencillo, que inunda en imágenes, a cada cual más bellas, la mente del viajero. Una finca muy pequeña, tres ovejas, un corderillo recién nacido, el humo de la chabola donde el lugareño puso a calentar algo, tal vez para reponer fuerzas en su jornada allí, en el huerto familiar donde cultiva tres cosillas, recoge cuatro aceitunas y repasa a cuatro ovejas...

Lecciones de humildad, de sencillez, de reencuentro con lo que creíamos inexistente. De repente, cerca de allí, en una pequeña colina por la que ha de atravesar este camino del cementerio, algo se mueve...salta, es rápido, veloz...¡qué hermoso!, piensa el viajero al comprobar que es un pequeño gamo...y tras el, muy pronto, otro mayor, tal vez su madre y...otro más, intermedio, tal vez su hermano...para ellos no hay muretes de piedrecillas que se resistan, murillos que los lugareños tan bién construyen para delimitar sus fincas. Para esos animales, no hay sino un todo y no una sucesión de partes. Van y vienen, suben como si nada por las laderas suaves del montículo más próximo y se pierden en la distancia y en el caer de la tarde...

Del cementerio hablaremos en capítulo aparte -con profusión de elemento gráfico-, tras llegar allí y hacer la visita en medio de un silencio impresionante, apenas roto por alguna voz de media en media hora, en la lejanía, allá donde la Puebla aparece tan distante, de donde salen ya humos de chimeneas que anuncian braseros y fogones encendidos para combatir el relente de una tarde entregada ya, de armas y bagajes, a la nocturnidad que llama a la puerta del fin del día.El camino de regreso del cementerio de Guadalupe hasta la Puebla es igualmente hermoso, pero ya sin el sol que finalmente se ha puesto camino de las Américas, a donde siglos atrás aquellos extremeños, Pizarro y tantos otros, fueron en busca de la gloria y de la grandeza.

Regresa el caminante pensando, aunque no cabizbajo precisamente, sino viendo con firmeza hacia los cielos, dando gracias a Dios por el día concedido, hermoso al fin y al cabo, desde la sencillez y aplastante verdad de caminos y veredas, colinas y espacios naturales, animales y... personas. Porque llegado, no sin cierta fatiga por los repechos, a la Puebla de Guadalupe que dejó hacia la una y media, va al reencuentro con el run-run de las gentes, con la última hora del comercio que aún no cierra, con el vaso de vino de pitarra que le hará entrar en calor y conservar así en pleno el mucho acumulado en el alma, después de sentarse aquella tarde bajo un castaño y admirar la belleza del paisaje que delante tenía.

Eran primeros de diciembre de aquel año, hacía frío en las noches de Guadalupe, pero el viajero en momento alguno lo sentía, porque desde levantarse hasta acostarse, su ocupación era tal, su afán por ver y abrazar era tanto, que en modo alguno había tiempo para sentir siquiera más allá de una simple impresión, la condición del ambiente.

Ha caído la tarde. Ha entrado la noche, es hora de ir a ver a Santa María. De entrar en la basílica de Guadalupe. De sentarse, de hablar con Nuestra Señora. De decirle lo que piensas, lo que sientes, lo que ansías; de qué te arrepientes, qué te habría gustado no haber hecho, qué propósitos tienes... Los minutos pasan sin darte cuenta, el templo en semi-penumbra invita al recogimiento. Tal vez no lo necesitas. El alma viene confortada ya, tras la comunión con aquella naturaleza, mano de Dios. 
El templo es la basílica, pero es también todo...desde las callejas de siglos pasados de Guadalupe, aquella fuente tremendamente impactante, donde tomaban agua las caballerías, hasta sus olivos, sus caminos, sus bosquecillos del cerro de la Brama...incluso hasta los perrillos que, más o menos libres, más o menos abandonados, pero a los que no falta nunca un resto de comida de un piadoso vecino, que van y vienen por alguna de las calles. 
En todo sientes la mano de Dios, en todo ves, por reducción a lo simple, a lo sencillo, que la Vida también es esto, una especie de volver atrás en el tiempo, reencarnada en lugares tan hermosos, en calles y viviendas -muchas de ellas de muy modesta condición-, en los habitantes de un lugar maravilloso, profundamente entrañable, que acabas amando intensamente, porque también es como un recordatorio permanente de que la superficialidad en la que vives, la excelencia que te acercan, en el fondo no es tal y no servirá de nada, si ignoras que en todo hay un principio, tal vez más puro, tal vez más sincero, más auténtico, que bien haríamos en tener presente, con el que bien haríamos en reencontrarnos.

En medio de los pensamientos, alzando la mirada desde los largos bancos de la Basílica del Monasterio de Santa María de Guadalupe, hacia las alturas donde el iluminado camarín de la Virgen se encuentra, llega el sacerdote y advierte del inicio de la Santa Misa. Participas, sí, pero de aquella manera...porque sigues subyugado, encerrado en el pensamiento, en la revisión de tu camino, en la petición de ayuda para tu futuro, en la súplica de que, ahora y siempre, María, la Virgen, no te abandone. 
Y sales convencido de que no te abandonará. Sales creyendo más, convirtiendote más aún en un defensor a ultranza de Santa María de Guadalupe. Porque te sientes envuelto en ese halo de paz, de fraternidad, de modestia que en Guadalupe se siente. Porque te sientes más cercano a lo sencillo, a lo humilde, a lo que es santo y seña, guía de conciencias, que al mundo del trajín, de la apariencia, de la ostentación y de la soberbia del que provienes.

Se acaba el día. Saliendo del Monasterio, camino de la calle del Ayuntamiento, aún paramos a saborear un corto de cerveza con unas cortezas de cerdo. Luego, la cena en el Cerezo. Y tras ella, cuando son las diez de la noche ya, un paseo, otro paseo por Guadalupe... siempre acompañado por mi perro, fuese aquel Blas, fuese este Quico. Hermosura de silencios y recogida de las gentes, que horas son de ello. Calles vacías, apenas rotas por el run-run de un coche que pasa muy de vez en cuando...

En el bar de la esquina deben dar fútbol en la tele y aún dentro están unos cuantos. Yo prefiero subir otra vez la escalinata del Monasterio y allegarme con el perrillo a la estatua de San Francisco, allí en actitud de bendecir. Le pido que bendiga al animal, que yo vengo aquí más que nada por la Virgen, pero que los animales, tal vez -¿por qué no?- también vienen por el.Y regreso al hostal tras atravesar la plaza, mientras a la cabeza regresa el recuerdo de aquel relato ...




















La carrera del Conejito.
Relato de San Francisco de Asís y fray León

Un día San Francisco, en compañía de fray León, se encuentra de camino hacia el anochecer. Fray León dice:
- Padre, no podemos ir adelante. Dentro de poco será de noche y no veremos al andar.
- Tienes razón, hijo mío -responde el santo-. ¿Ves aquel cacerío? Iremos allí y pediremos posada para esta noche en nombre del Altísimo.
En el caserío vive una vieja labradora rezongona. La mujer no conoce a San Francisco, y no se fía de los dos peregrinos. Con un tono de voz desagradable dice:
- No tengo sitio en casa. Si les agrada, pero sólo por esta noche, pueden quedarse en el establo. No hay vacas, yo estoy sola y no podría cuidarlas.
Así que los dos frailes se preparan a pasar la noche en aquel establo pequeño y húmedo. Dan gracias a Dios, luego fray León, bostezando, se acuesta sobre un montoncito de heno, durmiéndose enseguida.
San Francisco se queda despierto y reza a Dios por largo tiempo.
En un rincón del establo, dentro de una jaula angosta y maloliente, hay un conejito completamente blanco. Tiene los ojos rosáceos dulcísimos y melancólicos.
A la mañana siguiente, al salir el sol, los dos frailes salen del establo restregándose los ojos. Es una espléndida jornada de primavera. Delante del caserío se extiende un prado de hierba tierna humedecida por el rocío.
La labradora ya se ha levantado y está sacando agua del pozo. San Francisco dice cortésmente a la mujer:
- Gracias por habernos hospedado esta noche. Pero dime, ¿por qué tienes ese conejito dentro del establo?
La mujer responde malhumorada:
- ¿Y dónde habría de tenerlo según tú, en la cocina?
San Francisco muy cortésmente dice:
- Ese pobre animalito seguramente no ha visto nunca la luz del sol, y se encontraría de seguro feliz si pudiera corretear un poco por el prado.
La mujer deja caer el caldero en el pozo, se pone las manos a la cintura y dice:
- Pero vosotos, pobres frailes, ¿qué vais a saber de animales? Si yo lo dejase libre,¡el conejo se escaparía!
- Yo te prometo -dice San Francisco con mucha cortesía- que no escapará.
- Tengo verdadera curiosidad de probar -dice la mujer moviendo la cabeza-. Pero, si el conejo escapa, partiréis con el hacha aquella pila de lena.
- Está bien -dice San Francisco sonriendo-. Fray León, vete a coger el conejo.
El fraile corre en seguida a la cuadra y vuelve trayendo el conejo por las orejas.
- Despacio, despacio -dice San Francisco-. Dámelo a mí. El santo sostiene en sus brazos al animalito asustado y tembloroso. Lo acaricia largamente, y luego con delicadeza lo posa sobre la hierba al borde del prado.
El conejito había nacido en la cuadra y allí había crecido. Nunca había visto un prado. Olisqueaba la hierba, frota en ella el morrito y luego, dando un gran salto, echa a correr.
La mujer grita:
- ¡Ya ha escapado! ¿No os lo había dicho yo? ¡Adiós mi conejo!
Pero el conejito, después de haber corrido por todo el prado a lo largo y ancho, vuelve atrás y se acurruca jadeante y feliz a los pies de San Francisco.
La labradora no acaba de hacerse cruces, y san Francisco dice:
- Yo te pido, oh mujer, que dejes todos los días al hermano conejo correr un poco por el prado.
La labradora con un tono muy humilde dice:
- ¡Te lo prometo, te lo prometo!
- Y ahora -dice San Francisco a fray León-, antes de marchar, armémonos de hacha y partamos la leña de esta buena mujer.

EUGENIO EIROA
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Servicios que ofrece el Monasterio de Guadalupe

* Visita turística al Monasterio: Mañana: 9'30 h. a 13'00 h.; Tarde: 15'30 h. a 18'30 h. La visita se hace acompañados por un guía. La expendeduría de entradas está en el despacho de venta de recuerdos.
* Revista Guadalupe (publicación bimensual que promueve la devoción a Nuestra Señora de Guadalupe y da a conocer su historia, arte y vinculaciones con Extremadura y América), dirigirse a Revista Guadalupe.
* Almanaque Guadalupe (publicación anual del Almanaque con hermosa lámina y texto de carácter mariano-guadalupense en los doce meses).
* Hospedaje, dirigirse a Hospedería del Real Monasterio : hospedería@monasterioguadalupe.com
* Objetos de recuerdo (libros, guías, estampas, tarjetas, medallas u otros), dirigirse al despacho de venta de objetos: tienda@monasterioguadalupe.com
* Información, dirigirse a la portería del monasterio.
Plano del Real Monasterio de Santa María de Guadalupe:

Servicio a peregrinaciones
* Dirección:
Real Monasterio de Santa María de Guadalupe.10140 GUADALUPE (Cáceres).Telf: 927 36 70 00. Fax Monasterio: 927 15 42 01. Fax Hospedería: 927 36 71 77.E-mail rmsmguadalupe@planalfa.es