...Camino al monasterio de Guadalupe, santuario de la Virgen morena, que se convirtió en la patrona de México (extraña coincidencia; los conquistadores llevaron consigo una virgen mestiza), las dehesas se rebelan contra la planicie. La sierra de Pedro Gómez precede a la de Guadalupe, sobre el granito crece el bosque. Los ríos violentos, los castaños y los cerezos, y las perdices que sirven en las mesas de los pueblos a la vera del camino.

Más allá del pueblo de Zorita, el camino serpentea sobre valles brumosos. Hay que parar, bajarse del coche y respirar el aire aún frío. Sobrecogedor espectáculo. El silencio, los caseríos, la niebla que se pierde entre los encinos, mientras una partida de codornices atraviesa el cielo. Después de llenarse los pulmones de esa paz hay que seguir porque a cada vuelta de la ruta hay una sorpresa. El pueblo de Cañamero, en el que los viudos saludan a la vera del camino; una torre sin iglesia; puentes medievales y romanos; cataratas que van a dar a un embalse perdido, y finalmente, trepando lo más alto que puede, el monasterio de Guadalupe, abrazado al pueblo del mismo nombre.

Incrustado en el monte, Guadalupe es a la vez convento, iglesia y castillo. Fuerte de fronteras y lugar de peregrinaje. El pueblo apenas se atreve a mirar hacia arriba la nave de la iglesia gótica mudéjar. El enorme templo de piedra contrasta con el pequeño pueblo blanco de cazadores y campesinos. La historia de España y América ha desfilado por los patios del convento sin que el pueblo se inmute. En la fuente del convento fueron bautizados los dos indios que trajo Colón. Ahí también los Reyes Católicos le agradecieron a la Virgen la toma de Granada. 
En el comedor del convento se refugia el aire solemne. La comida es abundante y bastante buena, servida en un salón sacado de una vieja película de Drácula.

Bajamos del cielo, camino a Madrid, encontrándonos con la ermita del Humilladero, construida al principio del siglo XV para que los cautivos redimidos adoraran a la Virgen morena. Uno de esos cautivos (aunque no precisamente un redimido) fue Miguel de Cervantes Saavedra, que le dedica a estos parajes textos en Los trabajos de Persiles y Segismundo. Más allá podemos contemplar los altos del monte Cervales. Alrededor de la carretera vuelven los conejos, los ríos, los castaños y los cerezos. Los pueblos que duermen a la orilla del camino de la región de los Ibores, famosos por su queso. Camino de peregrinos ... - (Rafael GUMUCIO en EL PAIS.