"Sempre Lagoal", matrícula de Vigo, como bien se observa en la foto. Atracado en uno de los muelles interiores del puerto de Viana do Castelo, en la tarde de un martes del final de agosto. La Pesca... que lleva a descargar en uno u otro puerto. La bandera portuguesa izada en la zona del mástil de proa. La tarde que va cayendo, ahora que los días son más cortos -y más lo serán cuando cambien la hora-. La caída, también, del verano que se va marchando... Otro verano destrozado por la Covid. Otro trabajo, el de las gentes del Mar, condicionado también por la Covid. No es cierto que nos hayamos acostumbrado a las limitaciones derivadas de la amenaza del virus. No es cierto y quien diga lo contrario, miente. 

Es el final de agosto, 31 por mas señas; el "Sempre Lagoal" descansa, a la caída de la tarde, en el mismo muelle interior en donde -convertido en museo- se exhibe el antiguo barco-hospital "Gil Eannes". La tarde revuelta, pero aún con temperatura relativamente alta, que -sin embargo- anuncia Otoño al doblar la esquina... La luz que cae por minutos, el sol que quiere partir en el horizonte del mar que lleva a las Américas. Y el reflejo del aún sol en lontananza, allá arriba, en el monte, sobre los rosetones de las fachadas de la airosa basílica de Santa Lucía.

Caía la tarde en la foz do Lima; caía la tarde en Viana do Castelo. Un pesquero gallego descansaba, allí, en pleno centro urbano, donde la ciudad se funde con su puerto, sin vallas crueles que impidan la convivencia entre los urbanitas y los barcos, entre los que son de tierra y los que se juegan cada día la vida en el Mar.

Foto : Araújo Maceira