PEREGRINOS Y CAMINANTES

En los siete caminos hay un hecho espiritual y otro, más de este mundo, que emana del encuentro con el arte y la naturaleza.

Caminar para llegar al Obradoiro y abrazar la imagen del Apóstol, para luego sentir como rebrota la fe ante su sepulcro santo, es lo más común después de mil años cristianos. Es el gran rito que permite al peregrino alcanzar el júbilo. Es el fin de la apasionante aventura del espíritu tras la peregrinación de la cristiandad.

Otros caminantes, sin embargo, descubren en las rutas xacobeas el arte, la cultura e incluso la fiesta. En la senda de los sueños, cantada por tantos poetas, hay quien busca aún la piedra filosofal y la huella de los ancianos alquimistas; mientras otros se reconfortan con los humanos placeres que descubren en el paisaje, en la magia, y en los personajes de leyenda del camino.

Mientras el peregrino siente un interés hagiográfico en esta aventura de fe, el caminante se asombra ante la belleza y lo esotérico del paisaje. 

El peregrino solo siente que llegó el final, cuando el aire se llena de campanas y el corazón de paz, tras cumplir los ritos y contemplar la vieja catedral, su trascendente y espiritual meta. Coincide en la percepción el caminante al alcanzar la decoración perfecta del Obradoiro, donde, para él, la piedra se convierte en alma y la arquitectura es la forma material del espíritu.

Pero el final del caminante está aún más allá de la hermosa selva florida de piedra de la fachada del templo. El Camino de las Estrellas le induce a buscar el milagro que sacie su sed de aventura.

El peregrino culmina la ruta contemplando como vuelan hacia el cielo las torres guardianas del Apóstol… El caminante llega al final cuando quema sus ropas en el fin de la tierra, mientras el sol inicia desde el horizonte marítimo un nuevo peregrinaje alrededor del mundo…

Esta mañana he ido a la Catedral del Apóstol para ver como las nuevas luces hacen brillar el templo. Antes de entrar palpé la devoción de una peregrina noruega, de nombre Hela, que se ha pasado media vida caminando para llegar a las tres metas del cristianismo: estuvo en Jerusalén, como palmera; también en Roma, como romera; y hoy ha llegado a Santiago como peregrina, con un plástico encima que evitaba que la lluvia mojase su cuerpo y su ligera mochila. Según me dijo, había llegado al término final que le indicó su Dios.