Siempre me fascinó la vieja estación, la más pequeña, la de las villas que veían llegar el tren aquel que hacía patente su poder de hierro entonando su trepidante cha-ca-chá, la gran sinfonía. Aquella vieja estación era una especie de paraíso terrenal en el que transcurría la vida de mucha gente que esperaba subirse al vagón de las delicias.

Aunque no solo esperabas. También imaginabas y soñabas mientras te tomabas el café de la madrugadora cantinera, que te miraba curiosa desde el faro de sus ojos deslumbrantes.

Aquel era todo un mundo sin prisa ni pausa. Daba igual porque no había más paisaje que el paisanaje. Por no haber no había ni viento, que nunca viajaba en tren, por eso la vieja estación siempre olía a humo de vieja máquina de vapor…

Aquella estación está ahora muerta de risa y como esa, 422 que la empresa administradora de los ferrocarriles españoles puso a la venta ya hace tiempo en todo el Estado. No sé cuántas hay en Galicia y cuantas viejas vías están en desuso; pero si yo tuviera dinero me compraría una de esas estaciones para vivir en ella y abrir una cantina con una bella cantinera, al pie de este camino verde que ya no tiene raíles… pero sí senderistas, gente que ama la Naturaleza. Como tú y como yo. 

XERARDO RODRÍGUEZ, 
director de "GALICIA ÚNICA"