La tragedia del Mar de Labrador, que baña la gélida Terranova insertado en el Atlántico, no se aparta de nuestras mentes. Ya sabes que en el “Villa de Pitanxo” iban 24 y solo quedaron 3. Es monotema en cada conversación, en cada tertulia, en los medios, en todas partes aflora nuestro sentimiento por la estirpe marinera del Morrazo, de Perú, de Ghana. Este dolor sangra el corazón de cualquiera y a mí me ha roto el alma. Por eso quiero hablarte esta vez de ella, solo de ella, de esa gente para la que navegar es indispensable.        

La estirpe marinera de Galicia se distingue, como el pescado que se subasta en las lonjas y es la esencial protagonista del paisaje que contemplamos junto al mar. Son los hombres que viven enraizados en las olas, como las gigantescas estatuas de roca que esculpen aquí, en la costa gallega, el Atlántico y el Cantábrico. A esa estirpe marinera debemos la conservación de las selvas sumergidas de nuestras ensenadas y los almacenes de mariscos y peces de nuestras profundidades; porque ellos guardan ahí su vida.

Pero también se cuentan viejas historias de siete mares por donde navegan más gallegos de piel de salitre, a quienes los poetas tabernarios les dedicaron sueños de olas de vino y veranos sin fin, para que se dejasen el miedo en casa.

Son nuestros héroes de la cosmovisión marinera, descubridores de los caladeros de la globalización, en las africanas aguas o en el mar de las Américas, que es también Atlántico, incluso al noroeste, dónde el gran océano se enfurece mas a menudo y sus aguas son las mas frías.

Sin embargo, la estirpe marinera gallega se queda corta para tan anchos océanos. Por ello, una multirracial tripulación ha subido a bordo de los grandes barcos de la flota gallega internacional.

A todos ellos, al tiempo que los destaco como personajes de mis afectos, envío esta vez mi mas profundo pesar por las irreparables pérdidas de vidas amigas en una madrugada que nunca podremos olvidar.

Hoy no llueve. Del cielo caen solo lágrimas de esos diez mil gallegos de piel de salitre a los que la tragedia les hizo un nudo marinero en la garganta. Déjame que me suba a bordo con ellos para ver como lloran los delfines, compañeros de viaje, como las aves marinas que sobrevuelan los barcos, en ese instante en el que todos nos perdemos contemplando impasibles el infinito azul. Este es el momento en el que convoco a mi amigo, el viejo cantautor Urbano Cabrera, para que le pida calma al océano y nos permita que, aunque sea sin vida, todos regresen a tierra para descansar en paz.

Xerardo Rodríguez, director de GALICIA ÚNICA