Los nietos queridos, curiosos e interesados por su país, pueden que no comprendan algunos porqués…

—- ¿Cómo puede morir una aldea?

—- Lee “Memorias de un neno labrego”, del gran Neira Vilas, y comprenderás el porqué de la existencia de aquel lugar medio aislado, tranquilo… cuidado con mimo por aquella buena gente que lo habitaba. Los abuelos eran mayores pero fuertes para cuidar la leira y hacer leña. La madre era la encargada de administrar los frutos de aquellas cosechas, de salar el cerdo, de cuidar la vaca, de ir a la tienda, de pagar las deudas y de hablar con el del banco sobre cosas de pobres…

—- ¿Y el padre?

—- El padre se había ido a Venezuela para alimentar aquellas bocas.

—- ¿Y los niños?

—- Los niños eran cuatro. Ya te imaginas que en aquel tiempo no había luz eléctrica, solo candiles, viejos candiles que funcionaban con carburo…

La huella de esas viejas pisadas son las que reflejan el paso del tiempo, las estaciones y la energía de cada uno de los instantes que a muchos les han quedado grabados. Romper de pronto con esas corredoiras es romper con la cultura propia, quebrar tu personalidad. Esos caminos de nuestra memoria nos siguen contando ricas historias de personas, personajes y leyendas que mantuvieron viva tantos años la aldea del abuelo. Puede que sus imágenes se hayan ido difuminando con el paso de los años y otros tantos inviernos, los que hicieron crecer las zarzas que todo lo cubren…  Bien se nota que hubo que pasar la llave con lo puesto y buscar el futuro allá donde quisiera que se encontrase.

—- Es una historia triste, abu…

—- La más triste página de nuestra historia, Alicia. De la historia que escribimos nosotros mismos.

XERARDO RODRÍGUEZ, director de GALICIA ÚNICA