Nací entre los brazos de la hierba en un prado de Cudeiro y a la sombra de un frondoso carballo, que me privó de los primeros calores del asfixiante agosto ourensano. Me pareció que se escuchaban ese día, al otro lado del Miño, hacia Velle, las residuales muestras de lucha de la también residual resistencia, en el IV Año de la Victoria, que fue el de la derrota de mi padre y de mis tíos. El prado era de mi madre, maestra nacional de las de la época, heroína de aula de niñas con maleta preparada para irse a Alemania… Así es como me contaron mi arribada a este mundo y así lo recordaré siempre. Por eso esta mañana me preguntaba porque no espero el final de la vida cerca de aquel prado y lo hago, sin embargo, en el valle de los poetas, a las puertas de la Compostela universal.    

Con un sol espléndido posándose ya sobre la City, me he perdido entre mis propios pensamientos buscando los porqués de mi vida. Y eso… me convierte en el tipo que está ahora frente al espejo, con mirada retrospectiva y nostálgica. Esto pasa, te digo, cuando la cabeza está cubierta de canas y algunas calvas, signo externo de la senectud anunciada. Luego, caminando, comienza a faltarte el aliento… y cambias de tema para no caer en el pozo. Así que procuro hablar del tiempo. Dice Lino –Meteogalicia– que es posible que este fin de semana próximo tengamos entre nosotros los restos de esa borrasca yanqui que tiñó de blanco Nueva York y otras muchas ciudades de la Costa Este de los Estados Unidos. Pues a ver. Que llueva, porque las eléctricas nos han vaciado los embalses y nunca los embalses estuvieron tan bajos. Por eso el Gobierno las ha multado seriamente, olvidándose por una vez de las puertas giratorias. 

XERARDO RODRÍGUEZ, director de "Galicia Única"