Carta a mi tía Pilar, ahora que se ha muerto...
Pilar Franco García, en una foto de hace unos años 

Pasados tres meses de la muerte de su abuela -hecho que tanto le afectó-, nuestro querido lector -y colaborador- de RBTRIBUNA, el cangués Alfredo Costas Villar, nos envió un texto, una carta abierta a quien ya no está con nosotros, pero que tanto se sigue queriendo...

En recuerdo de mi abuela Pilar Franco García


Querida abuela Pilar :

Con estas sencillas líneas no pretendo otra cosa que recordarte a mi manera y que la gente pueda entender lo que de verdad significa el amor eterno hacia una persona. 

Para empezar : tal vez nunca podrás entender lo que es echarte de menos a diario; noto un vacío enorme sin ti cada día; los momentos contigo eran bonitos y, además, una experiencia vital inolvidable. 
22 años de vida dan para mucho, sobre todo para darme cuenta del valor de las miradas, del valor de las pequeñas cosas. 
Me acuerdo perfectamente de cuando era pequeño, durmiendo la siesta y tú estabas ahí leyendo el "Faro de Vigo". Ya de aquella te habías aficionado a controlar las esquelas. Fíjate que nunca perdiste esos tus hábitos de estar al tanto de todo y sobre todo de estar al día. 
Recuerdo también las tantas y tantas veces que me decías no eches la ropa a lavar que la tienes limpia, o cuando me aconsejabas que no comprase más de lo que necesitaba.

Y en los recuerdos que ahora se agolpan, no puede faltar el pensar qué sería de mi sin tus comidas, siempre tan ricas y tan sabrosas. Contigo también supe lo doloroso que es comerse el clavo, pues ya no solo acabas con la boca roja sino que también das un grito que se entera todo el vecindario. 
No puedo olvidarme de tus exquisitas albóndigas, de tus "ranchos canarios", de tus "pechuguitas" a las que tú siempre llamaste “chichas” -rebozadas con huevo-, tus potajes y sobre todo tus rapantes. 
El abuelo siempre me mandaba callar porque decía que en el almuerzo había que estar comiendo y no hablando. Con esas sus cariñosas broncas aprendí la importancia de disfrutar de la comida, aunque a veces, siendo niño, rompiese en lloros incluso fuertes.

Nunca me olvidaré del enorme trabajo que hacías en favor de todos, en casa; y siempre sin pedir nada a cambio. Cocinabas a veces para un batallón; planchabas la ropa, limpiabas, hacías tantas cosas... y nunca te quejabas por estar cansada. Lo tuyo era una lección diaria de lo que debe ser un constante “afán de superación”, como dirían en tu querido Alondras.

Y durante años, de un modo admirable, siempre me enseñaste a hacer cosas, pero luego nunca me dejabas hacerlas, porque me decías como disculpa un eres terrible o un ya lo haremos, ya lo haremos... o un ya te diré, ya te diré. A veces me decías esas frases, como pretendiendo asumir tu siempre con todo encima; y yo, como de costumbre, acababa por no hacerte caso.

Y aún queriéndote mucho siempre, a medida que los años iban pasando, realmente me llené de amor por ti cuando tuve la oportunidad de cuidarte. Al principio no querías que te ayudase, pero yo lo hacía y no me arrepiento de nada. 
3 años dan para darse cuenta de la energía que tienen las personas nobles y valientes como tu. ¡No sabes qué placer me daba cada momento contigo!. 
Muchos me habían criticado porque decían que solo estaba pendiente de mis abuelos, pero después les caía la baba, seguro, cuando les contaba mis historias con vosotros. 
Sabes bien que, en los años en que el abuelo estaba peor, sufrimos mucho, pasamos noches en vela, pero lo recuerdo ahora con cierta nostalgia incluso, como cuando los niños tienen ilusión por empezar un nuevo día. 
El abuelo nos puso a prueba de paciencia en su último año de vida, pero en toda la familia, con mi madre y con mi tío Enrique al frente, con todos, hicimos un equipo increíble; y como buen equipo lo logramos, conseguimos darle al abuelo Ángel lo que se merecía, un final de vida digno de un hombre maravilloso.

Querida e inolvidable abuela Pilar :

Tu último año fue lleno de achaques, pero también sabías que llegando a una cierta edad, no todo se puede pedir y no salen las cosas como uno quiere. Y aún siendo doloroso verte decaer, aún así llegar cada día a trabajar contigo era bien emocionante. Te gustaba jugar al Parchís, te gustaba el Bingo mucho, te gustaba decirme haz esto o lo otro, pero también me di cuenta de que confiaste en mi más que nunca. Me diste, a tu lado, la oportunidad de hacerme adulto y ver la Vida con esperanza y trabajando muy duro.

La última semana confié aún en que podrías salir adelante, pero llegó un momento que tu proceso ya no dio más de si, solo quedaba acompañarte hasta cruzar el umbral final donde una vida termina. Te merecías el mejor final posible; y así fue, rodeada de todos los tuyos, con las lágrimas de la emoción ya incontenida reflejadas en los ojos, emocionándonos de haber vivido esta Vida contigo.

No haría falta prometerte nada, pero lo hago para decirte que siempre estarás en mi corazón. Fuiste mi mayor influencia y, sobre todo, me diste lo que nunca habría imaginado, todo el amor de una abuela hacia su nieto. 
La satisfacción personal que yo he tenido de ser tu cuidador durante tus tres años finales, nunca se podrá cuantificar, tampoco resumir porque ha sido inconmensurable todo lo que me hiciste sentir y vivir a tu lado. Por siempre serás lo mejor que me ha pasado en mi vida.

Hasta siempre, abuela Pilar; hasta la eternidad.

ALFREDO COSTAS VILLAR

A la izquierda, Pilar Franco García; en el centro, María Luisa Franco García; a la derecha, Ángel Villar Blanco, en una foto de no hace muchos años.