Aunque no lo creáis, para un gallego siempre es duro emigrar a la gran ciudad. A mí me tocó hacerlo porque había cumplido mis etapas profesionales en la Galicia Única y aún no estaba en edad de jubilarme. Madrid me comió el seso y no lo disfruté en aquella segunda etapa, cuando las primeras canas se asomaban a mis sienes. Frecuenté círculos gallegos de mi cuerda, pero ni con esas. Mi exilio duró poco. Volví a mi país cantando la Rianxeira como cuando el Celta brilla en Balaidos y aquí me quedé haciendo las tareas pendientes que la vida me tenía reservadas.

Si os cuento esto es porque he visto -en su momento- emocionarse a Alberto Núñez Feijóo cuando, en su primer discurso como presidente del Partido Popular, se despidió de Galicia. No conozco a ningún gallego que no se emocione cuando deja este país para emigrar. Aunque nadie le llame en Madrid emigrante a Feijóo, en el fondo lo es. Porque, a partir de ahora, él sí se sentirá lejos de sus raíces y eso, cuando asoman las canas en las sienes, es un mal mayor para sus propios sentimientos. Porque lo profesional es una cosa y el alma la otra.

Por eso, para sentirse más arropado en lo puramente nostálgico se llevó en su momento con él a sus compis de siempre, los que le ayudaron en sus conquistas políticas. Hasta diez peperos con responsabilidades en Galicia le acompañaron ya inicialmente en Madrid. Incluso ha querido que estuviese junto a él, en esta nueva andaina, su padre político, José Manuel Romay Beccaría, el sabio que convenció a Fraga de que Galicia era su futuro y su final. Personalmente le tengo un gran afecto a Romay porque fue un brillante gestor de la Sanidad gallega. Lo comparto, el afecto, con Feijóo, al que le deseaba cuando a Madrid se fue mucha suerte en sus nuevas responsabilidades. 

Como te decía, la emigración -aunque tengas chófer y los gastos pagados- es muy dura. Todos lloramos en la partida, alguna vez; y algunas historias bien definen como se rompen los corazones cuando la familia se va de aquí en busca de la vida. La mas dura que yo conozco es esta que te cuento hoy, la de… 

PEPA DE CANTARIÑO    

Nació en una aldea hermosa de la murana parroquia de Abelleira y dejó este mundo no hace tanto, centenaria, al otro lado de ese horizonte que contemplamos desde el Monte Louro; más allá, incluso, del lugar donde se oculta la casa donde duerme el Sol.

Aquí le llamaban Pepa de Cantariño, que era costumbre antigua tomar apellido del lugar donde se nace. Fue madre y matriarca de 14 hijos, once hombres y tres mujeres. Dice su tataranieta que enterró a dos en tiempos de aquella guerra, que fue la guerra que causó aquel exilio. Tiempos de hambre incluso en la Galicia más hermosa y marinera. Por eso los hijos de Pepa se fueron todos en aquel barco que entonces se perdía cada mes en el horizonte del Monte Louro, escondiéndose entre las olas, rumbo América.

Solo dos de sus tres hijas quedaron en la casa humilde del humilde pueblo de Cantariño. Y sí, su casa era casa pobre, pequeña, de aquellas que invitaban a huir de la miseria. La señora Pepa de Cantariño es un personaje recordado y querido en Abelleira, porque fue la primera mujer que tuvo el arrojo de ir en busca de once de sus hijos, que emigraran a un lugar muy lejano y desconocido llamado Argentina, de donde nunca regresaran.

Por eso Pepa escribió su más bella historia de madre en las calles de Buenos Aires, en donde solo encontró a siete de sus hijos. Allí murió, pasados los cien años de pena, preguntándole al río de la Plata en donde estaban los tres hijos perdidos y nunca hallados en aquel inmenso territorio…

XERARDO RODRÍGUEZ