Pasa un año, pasan dos... vuelven las primaveras, pero permanece la melodía triste...



Aquel domingo, 20 de marzo. Xerardo Rodríguez, director-editor de Galicia Única, la revista semanal que mejor entiende a los gallegos, se puso al ordenador y escribió...

Como decíamos ayer, España está que arde por la temperatura social y hoy también por la climatológica... Sin embargo, no florece para todos de la misma forma y hoy, mis amigos, creo que debo explicarlo una vez más a ver si, con un poco de suerte, al presidente del gobierno y a sus ministros les llega el eco de los lamentos de esta sociedad que se rompe como tal… porque el desencanto ha entrado por la puerta grande. Veamos.

LA PRIMAVERA NO FLORECE
PARA TODOS


Las flores no refulgen como esas otras primaveras aquí vividas con sol que, en otro tiempo, todo ilusión y ansias de vida, hacía resbalar la niebla por la ladera del monte, para arriba, hacia el Tambre, hasta que sobre sus aguas la deshacían unas “raioliñas” cuando asomaba el mediodía.

—- Está triste la Princesa… ¿Qué tendrá la Princesa?

—- La Princesa también tiene hambre, mi amigo. No tiene corona ni reino y es de las que va, vergonzante, al Banco de Alimentos de Cáritas, a Santiago, en busca de algo que llevarse a la boca.



Allí es donde le llamaron Princesa por primera vez. Lo hizo y sigue haciéndolo una monjita que pacientemente le da ánimos para mantenerla ilusionada ante una vida que le negó hasta un compañero con quien compartir las penas, que son muchas. Princesa es licenciada en Filosofía, pero ya no encontrará un trabajo como el de antes, cuando era secretaria del jefazo de una empresa de carpintería metálica que quebró. Ha recorrido todas las oficinas de empleo de Compostela sin resultados y también ha pensado en emigrar, como todos, pero…

—- ¿A dónde voy yo sin conocer el idioma? ¿A dónde voy ya cercana a ese terrible horizonte de los cincuenta?

—- ¿Y qué te dicen en el ayuntamiento? Porque sé que estuviste hasta con el alcalde, Princesa…

Me contó que el alcalde pasó de ella, la deprimió aún más y estuvo dos meses sin salir de la vieja casucha que heredó de sus padres, sin hacer nada… solo pensando en poner fin a su vida, único medio que se le ocurría para salir de esta pesadilla…

También ha ido a la Seguridad Social para jubilarse, a ver si podía, pero tendrá que llegar a los 65 y esto si sigue cotizando cuando se le acabe la prestación…

—- ¿Qué prestación?

(¡Ah! Ya se le acabaron todas las prestaciones y no tiene dinero para cotizar…)

—- ¿Y no tienes familia?

—- No. No tuve hermanos. Todos los demás, mis padres y mis tíos, han muerto. Sus almas vagan por el cementerio viejo de Santo Tomé.



Princesa recuerda… y cuando la memoria le devuelve la felicidad perdida la atrapa en sus pensamientos.

—– Sí, recuerdo aquel chico, soldador, de brazos fuertes, que se asomaba tras la puerta de mi oficina para decirme:

—– Mire que necesitamos mais material que o que temos estase a esgotar…

—– Aquel hombre me dejaba sudando tras aquella mesa en la que escondía mis deseos…

Pero Princesa te aclara enseguida que solo eran deseos, que el robusto soldador aquel era parco en palabras y a ella la comía la timidez. Toda relación transcurría en aquel taller, pero no pasaba del saludo, del pequeño roce, de la mirada furtiva, del deseo escondido tras la cristalera…

—– Me quedé sola en el mundo. Como dicen por aquí, para vestir santos, aunque yo nunca fui de esas beatas que se consolaban en la iglesia con el cura…

—– No salías de aquí, de la aldea…

—– De vez en cuando iba a Santiago, para recordar mis tiempos estudiantiles, cuando…

—– ¿Cuándo que…?

—– Cuando tuve aquel único novio, el gafitas, que miraba pitoño de arriba abajo todo cuerpo femenino aligerado de abrigo…



“El Pitoño” se fue a la Complutense por traslado de su padre policía y Princesa, ¿sabes?, perdió el único novio que tuvo en su vida; aquel que, a pesar de su fealdad exterior, la hacía feliz en las furtivas escapadas al monte Pedroso, desde donde pedía perdón al Apóstol Santiago por los pecados cometidos…

—– Me quedé sola para siempre. Como tantas y tantas personas. Mujeres, hombres, jóvenes, menos jóvenes… Tendrías que venir conmigo al Banco de Alimentos para ver como la vida los maltrata, que no solo hay maltrato físico…

—– ¿?

—– Es peor el maltrato moral, el desprecio de la sociedad que te rodea, que te dé la espalda aquella que pensabas era tu amiga y aún encima compruebes que el Estado de Bienestar es un mito.



Estaba yo pensando en cómo había ido la semana para tratar de hacer sonreír a la que ya consideraré para siempre una Princesa… cuando me acuerdo del alcalde que multaba a los mendigos.

—– En Santiago, créeme que lo intenté, pero me dio mucha vergüenza pedir dinero en la calle y me indigné cuando un guardia municipal me echó de la Plaza del Obradoiro diciéndome que era una mala imagen para la ciudad.

—– Mala imagen es la que nos dan los políticos corruptos, digo yo…

—– En el Banco de Alimentos de Cáritas conocí a un expolítico al que echaron de uno de los grandes partidos por denunciar “malas prácticas”.

—– Y habrá más casos de esos que los cuentas y parecen increíbles…

—– Pues, sí. Es lamentable que un país como el nuestro deje morir de hambre a sus hijos.