Por Xerardo Rodríguez, director de Galicia Única

LA VERDADERA HISTORIA DE MARIA SOLIÑA

El sol se iba deprisa por detrás de Nerga y yo contemplaba, embelesado, su fuego, que derretía las olas de la playa de Limens, en cuya arena se deshacían una a una… y otra vez una.

Absorto en el inmenso atardecer, le confundí con un pez enorme, quizá un delfín blanco, aunque nadie había visto tal especie en las aguas de mi ría.

Entonces, emergió ella de mi mar, como siguiendo un solemne ritual mágico con su desnuda esplendidez, que dejaba entrever toda la belleza sublime de su cuerpo perfecto.

Jamás, en mis acampadas de Liméns, había soñado ver tal espectáculo y menos que fuese mujer y no sirena quien me contase la verdadera historia de María Soliña, aquella supuesta “meiga” que inmortalizó uno de los más hermosos poemas de Celso Emilio Ferreiro

Polos camiños de Cangas a voz do vento xemía:
ai, que soliña quedache, María Soliña”…

Nos sentamos en una de las rocas que hay a la izquierda del arenal. Me miró fijamente con sus ojos verdes de hada princesa y de sus labios carnosos, la gran tentación de mis juveniles afanes, salió el relato.

Su voz, como una dulce melodía, parecía provenir del fondo del camarote de Jack Sparrow en la Perla Negra

— Este fue un mar de piratas. Los turcos berberiscos eran los más sanguinarios y en el siglo XVII asolaban esta costa frecuentemente. En 1617 intentaron primero conquistar Vigo, pero los vecinos, numerosos y valientes, se lo impidieron. Entonces cruzaron la ría por Domaio arrasando todo cuanto encontraban y matando a todos los que les hacían frente…

En este mar nadaron siempre las leyendas: A mi inolvidable “Churruca”, cuando era pequeño, le amenazaban sus padres –en vez de con el “Sacahuntos”- con los “piratas argelinos” que desembarcaran en Darbo para incendiar la villa de Cangas, aquel día en el que, milagrosamente, se salvo a sí mismo el Santo Cristo de la Iglesia Colegiata

— Antonio Soliño y Pedro Barba fueron dos de los que aparecieron muertos en la playa tras aquel salvaje ataque berberisco. Eran el hermano y el marido de María Soliño.

…Nos areales de Cangas, muros de noite se erguían:
Ai, que soliña quedache, María Soliña…

Me preguntaba si aquellos ojos desprendían mucho odio hacia los piratas turcos o simplemente perseguían interesarme en el relato referido a uno de mis grandes mitos…

— Cangas quedó sumida en la más triste pobreza.  De esa que sufres cuando te falta no solo el pan, sino también tus seres queridos… Al ataque solo sobrevivieron los cobardes y casualmente todos ellos pertenecían a la “nobleza”. Tú ya sabes que los nobles por “naturaleza” heredan también la codicia y la maldad de sus progenitores, de ahí que los de Cangas buscaran la peor de las alianzas: la Santa Inquisición.

…As ondas do mar de Cangas acedos ecos traguían:
ai, que soliña quedache, María Soliña…

Aquella mi meiga amiga, me envió el fuego de sus ojos mientras los míos recorrían otra vez su cuerpo y los últimos calores de la casi noche incendiaban el mío…

— Los nobles aquellos, desgraciados, las denunciaban por brujería ante la demoníaca Inquisición. A todas las viudas. A las pobres y a las ricas. Lo hacían para disimular sus verdaderas intenciones: robar las tierras y las posesiones de aquellas mujeres que habían perdido a sus maridos luchando contra los piratas.

…As gaivotas sobre Cangas soños de medo tecían:
ai, que soliña quedache, María Soliña…

La historia que me contaba mi meiga –porque era mi meiga- quedaba empequeñecida por el deseo de besar aquellos labios y darle rienda suelta a mi pasión, que ya el sol se había escondido en su casa de cristal para hacer el amor con la Luna…

— Nunca existió María “Soliña” y sí María Soliño que heredó todos los bienes del asesinado Pedro Barba: una casa de dos plantas, de piedra; también varias fincas y una dorna, además de los “derechos de presentación” de algunas iglesias de la zona, lo que le permitía elegir al clero y llevarse un porcentaje de las ganancias de la parroquia…

…Baixo os tellados de Cangas anda un terror de agua fría:
ai, que soliña quedache, María Soliña…

Entonces, llenó aquel cielo la Luna grande y el sol se escondió para cederle su reino. Ella decía que me besaba así, largamente, para que viajáramos juntos al paraíso porque en él estaba María Soliño.

— Tras la muerte de su gran amor, Pedro Barba, María paseaba cada noche la playa y, mirando fijamente a la estrella más brillante, derramaba sus lágrimas sobre el mar de Cangas. Solo hacía eso. Llorar y llorar.

Volvió a besarme antes de poner punto final al relato y yo me sentí en el paraíso de las meigas que, en la realidad, nunca fueron brujas, si no hadas buenas que no necesitaban una varita mágica para hacer felices a los humanos seres…

— En el año 1621 se llevaron a las cárceles del “Santo Oficio” a María Soliño, acusada no solo de brujería sino también de vender su alma al diablo, “por lo que Belcebú la había dotado con los poderes de la magia negra”. Incluso, dijeron, había “tenido tratos carnales con el mismísimo demonio”…

Su mano se posó en mi mano e iniciamos juntos un increíble paseo a la luz de la Luna, pegados al mar, jugando con las olas, besándonos una y otra vez para desperezar a la mayor de las pasiones…

— Existen pruebas de que María Soliño nació en la villa de Cangas, pero no hay documentos que acrediten su muerte, ni un lugar en el que se diga aquí está enterrada. Por eso se dice que nunca ha muerto. Por eso María Soliño pasó a ser María Soliña, la meiga…

— Y tú… ¿Quién eres?

— Tu meiga, por esta noche…

…ai, que soliña quedache, María Soliña.

 Me despertó el sol de la mañana entrando a raudales por la puerta de la tienda… Traía consigo, aún, el calor volcánico del infinito placer perdido cuando se fue la Luna.

Corrí hacia el mar de Cangas, mi inagotable fuente de inspiración a lo largo de los tiempos y fue él quien me despertó.

Porque este mi mar también es ría de escenas sencillas.