AQUELLOS DÍAS EN RÍO

El cielo se ha vuelto gris-niebla por estos lares, así que me quedo en casa para darme la oportunidad de un buen desayuno a base de café con tres galletas, zumo de naranja y cóctel de frutas a base de mango, manzana, mandarina y uvas. Es que me recuerda uno de mis viajes profesionales a Brasil en el que no hubo ni trato ni truco, pero eso sí, tres días de desayunos opíparos, de frugales y aburridas comidas de negocios y cenas hasta el amanecer pegado al mar, en el restaurante de Ramón.

Como mi amigo Alberto Barciela, Ramón es de Redondela pero solo vuelve a la villa de los viaductos de tarde en tarde, cuando la morriña desborda su copa de champán del bueno. Él tiene allí su vida, como Eudosio, mi querido taxista de Salceda de Caselas que levantó mi sonrisa fugaz de ejecutivo de viaje:

—- ¿Eudosio? ¿É non quere volver para Galicia?

—- ¡Oh Galicia! ¡Moito bonita! Pero non señor Xeraldo, non.

—- ¿E iso?

—- A ver, aquí teño muller, teño casa, teño carro… Alí podería ter casa e carro, pero muller non… ¡Que naide se aparella na Galicia con un vello sin cartos! O Brasil é ó país do amor…

Cuando el buen conductor, aún taxista a los setenta y uno, me habló del amor entendía porque Ramón me indicaba…

—- Aquela está por ti. E aqueloutra tamén. Tés que atacar…

Por cierto, en el restaurante de Ramón me comí solo el mejor sargo a la plancha de mi vida. Fue lo único que me comí. 

XERARDO RODRÍGUEZ