NADIE DEBE MORIR SOLO
Ana y yo, en la inocencia de nuestros diez aƱos, poco mĆ”s poco menos, conocĆamos aquel bosque de Souto de Rey palmo a palmo y en Ć©l desarrollamos todas nuestras aventuras infantiles. Sus Ć”rboles… los carballos, los castiƱeiros, los abedules que daban sombra al regato, las viejas acacias… nos saludaban al paso cuando Ćbamos camino de las tierras de Vilar das Tres, desde donde la vista alcanza Cudeiro a la izquierda, Ourense al frente y el valle del MiƱo, camino de Barbantes, a la derecha.
Nuestro bosque encantado, donde Ana buscaba la rana que era prĆncipe y yo hablaba hasta con los lobos, exigĆa frecuentes visitas para descubrir sus tesoros que no eran otros que las formas vegetales de lo natural, los melĆ³dicos arrechouchĆos de los pĆ”jaros libres o el saludo silencioso de todos los seres que allĆ habitaban.
En ese lugar fantĆ”stico de mi infancia vi por primera vez a la Muerte. Se acababa de llevar el alma de un anciano de Valdorregueiro que vivĆa solo. El buen hombre perdiera la memoria y trataba de recuperarla a la sombra de los carballos nacidos en el mismo aƱo que Ć©l naciera. En su funeral, escuchĆ©…
—– Morreu de repente.
Porque PachĆ³n, un guardia civil amigo de mi padre, se encargĆ³ de que el Estado pagase su entierro en el cementerio de Vilar, en cuya osera debe estar todavĆa alguno de sus restos mortales.
Desde aquel dĆa todos los dĆas, a las cinco y media en invierno y a las seis y media en verano, Ana y yo visitĆ”bamos la humilde morada de la seƱora Norberta, cerca de ChaĆn.
Las paredes de la casa estaban hechas con piedras del Camino Real, irregulares y mal colocadas, con las que la constructora consiguiĆ³ una arquitectura de chabola, con techo de tronquitos entre los que se mezclaba una lona y encima de ella paja.
Los demĆ”s niƱos le tenĆan miedo, por eso la llamaban bruja; mi madre, que le mandaba comida por Amancio, me contĆ³ una vez su corta historia.
TƔrsila era la jovencita mƔs guapa de As Barxas y se fue a servir a Ourense, a una casa de bien de la calle del Paseo.
La casa sĆ, era de bien, como se decĆa entonces, pero el amo era un delincuente sexual que nunca pisarĆa la cĆ”rcel por ser primo del jefe provincial del Movimiento.
Aquel cabrĆ³n dejĆ³ embarazada a la joven TĆ”rsila a la que obligĆ³ a volver al pueblo donde todo el mundo la repudiĆ³. Por eso buscĆ³ refugio en el monte y el monte fue su hogar desde sus veintipocos aƱos hasta los sesenta y tantos, cuando muriĆ³.
A Ana y a mĆ nos contĆ³ mil historias hermosas de hadas madrinas que la cuidaban por las noches, mientras ella soƱaba con algĆŗn prĆncipe nacido en Gustei, O Sobral, As Barxas o Cudeiro, que no era muy exigente; no, no lo era.
La seƱora Norberta muriĆ³ de vieja, triste y sola en su cama de paja, aquejada por una enfermedad pulmonar. La encontrĆ³ dos meses mĆ”s tarde un vecino de El Empalme que poseĆa un trozo de monte por ChaĆn.
Ana ya vivĆa en Barcelona y yo andaba por el mundo buscando otras historias que contar. SentĆ no decirle el Ćŗltimo adiĆ³s… ¡Nadie deberĆa morir en soledad!
XERARDO RODRĆGUEZ, director de GALICIA ĆNICA