En esto, llegó la hora del café y me fui al de Chavián. Allí estaba Balbino y compañía, todos tremendamente enfadados, porque Santiago ha cerrado la ciudad “a cal y canto” a los coches antiguallas; y como quiera que los vehículos de esta gente son, proporcionalmente, de sus mismas edades, pues no pueden entrar en la capital. La medida es inteligente para obligarles a cambiar de coche, porque no creo yo que Bugallo alcalde y sus chicos tomen tal medida para evitar emisiones de CO2, no lo creas.

De todas maneras, en Galicia nadie está por la labor de cambiar de vehículo a no ser que le toque la lotería. Ni siquiera andan en busca de esos usados a los que llaman seminuevos. Los precios están por las nubes y los ingresos de la gente… congelados como, si estuviéramos en la Antártida. Por eso mi gente anda de malhumor, como vagabundeando las calles.

Los que tienen tiempo para todo, incluso para protestar, son los hosteleros. Una vez que empezaron ya no son capaces de parar y pobres aquellos que caigan en sus garras porque los degüellan, como les ocurrió a los taxistas de Santiago: los pusieron a parir y les denunciaron en el ayuntamiento porque dicen los hosteleros que tardan mucho en llegar cuando se les llama y los clientes les protestan a ellos. Joder, son una tropa. Cuando no es por haches es por bes… ¿Sabrán aquello de que en boca cerrada no entran moscas?

XERARDO RODRÍGUEZ