Ahora que se fue Junio...
La semana empezó sin el trino de los mirlos en la aldea pero con la buena noticia de que las cigüeñas gallegas terminaron su exilio en el Níger senegalés y en los pantanos del Chad y ya están aquí de vuelta, en sus hogares veraniegos de siempre. Las más –como los protagonistas de aquel éxodo humano- son de Lugo y Ourense.
Las cigüeñas prefieren vivir con su familia en Valdeorras, A Limia, Maceda, Trives, Castro Caldelas, en la Terrá Chá, el valle de Lemos, la comarca de Sarria y Chantada.
Dice mi hada madrina que volaron a Galicia para sacudirse los calores africanos, ignorantes de que este verano gallego se parece mucho al de Sudán. No me cabe duda de que son aves muy poderosas y, es verdad, prefieren que sus crías nazcan en Galicia, su tierra, el país que las tiene como referentes de la belleza de su cielo azul.
Según la Sociedad Galega de Historia Natural la especie aumenta de año en año porque, cada una de las 250 parejas que censaron en Ourense, fueron padres de 2’5 pollitos, de promedio. En Lugo, según la misma fuente, hay aún más cigüeñas, alrededor de 400 y el año pasado nacieron casi mil.
Si los gallegos y las gallegas les imitaran, el árbol de población sería como una lagestroemia, capaz de tapar todas las hojas con sus flores.
Aunque debería ser cierto el cuento aquel de los hijos que las cigüeñas nos traen de París con un pan bajo el brazo. Si así fuere, no existiría la Galicia abandonada.