Xerardo RODRÍGUEZ
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Si vieras… Ayer sentí necesidad de mar y me he ido a por el sol que se posa en la arena móvil del espacio natural, para procurar la visión mágica que se refleja en el azul intenso de las aguas atlánticas.

La vuelta, sin embargo, la hice por el litoral que pone límite al océano. Ya sabes: pasando por el castro de nuestros ancestros galaicos desde donde la vista alcanza el Monte Louro, ese de silueta luminosa sobre lo que ya es ría en calma una vez que dejas atrás Punta Insua; tras ella se esconde la ensoñadora placidez de dos villas llenas de vida, pobladas tanto por labregos nobres como por mariñeiros de alma errante: Porto do Son y Portosín.

Allá me fui huyendo de la superpoblación festiva compostelana, que sus calles y plazas se petaron de humanos venidos desde todas las latitudes de la España en duda y de aún más lejos.

El premio que obtuve alejándome de la City fue ese mar de oro del luscofusco veraniego en la ría de Noia.