Dicen los expertos que las abejas son uno de los mejores bioindicadores para determinar la salud del medioambiente. Porque nos cuentan mejor que nadie lo que llamamos cambio climático.

El clima influye en la floración y es verdad que en el campo gallego hay ahora menos flores como consecuencia de los incendios forestales y de algunas prácticas agrícolas y ganaderas, como los abonos que se utilizan, que afectan a la contaminación atmosférica y al propio clima.

En algunas zonas ha aparecido ya el “síndrome del monte desabejado”; es decir, no hay abejas porque buscan las flores que aquí no hay en otros territorios y pueden volar, incluso, desde Galicia a California. Porque el tiempo las engaña. Hay floraciones que se anticipan a la primavera, pero ellas no salen por culpa del frío y luego se mueren de hambre.

LA ABEJA AMIGA


Einstein ya advirtió que «si la abeja desapareciera de la Tierra, al hombre sólo le quedarían cuatro años de vida: sin abejas no hay polinización, ni hierba, ni animales, ni hombres».

Porque las abejas son tan frágiles como trabajadoras y no solo producen miel, polen, cera, propóleos o jalea real; también liban el néctar de las flores, y al hacerlo, permiten que el polen pase de una flor a otra, lo que facilita que crezca la fruta.

Se calcula que una tercera parte de lo que comemos procede de plantas o árboles que necesitan la colaboración de la “apis mellifera”, la abeja más popular del país.

En Galicia se producen al año apenas dos millones de kilos de miel, una cantidad muy inferior a la que se recolecta en la Alcarria, por ejemplo. Pero sin embargo es de mayor calidad porque, mientras en las dos Castillas las abejas se ven obligadas a libar el néctar de plantas cultivadas, fundamentalmente del girasol y la colza, en Galicia la despensa la encuentran en las flores silvestres, principalmente en el brezo, el eucalipto, el toxo, la xesta, la silva o el castaño.

LA RICA MIEL

Para mejor comprender la vida de las abejas y su situación actual, hay que hacerle una visita a Isidro Pardo Varela, posiblemente el apicultor con mayor experiencia de Galicia.

Isidro creó ya a finales de los años sesenta el Museo Viviente de la Miel. La idea surgió cuando trabajaba en la empresa hidroeléctrica que construyó la presa de Portododemouros.

—Todos los años las abejas se metían en las persianas de las oficinas que tenía la empresa. Todos les teníamos mucho miedo a esos bichos, entonces a mí me ordenaron que las quitase de allí. Pero un señor de Chantada, me dijo que yo debía de coger esas abejas para mí…

EL APICULTOR

—Las cogí y las metí en un trobo, en un cortizo. Estuvieron allí dos o tres años, abandonadas, porque yo seguía teniéndoles mucho respeto. Pero un día, me entró un cierto interés por aquellos insectos que picaban, comencé‚ a comprar libros de apicultura y a estudiarla. Así empezó todo.

El Museo aporta al visitante una amplia visión de la apicultura, desde sus principios hasta la modernidad. Se ubica cerca del embalse de Portomouros, en un entorno magnífico, en el que destacan además de las curiosidades de la cría de abejas, los jardines con plantas botánicas y melíferas. Muestra otros curiosos detalles de la vida al aire libre, como por ejemplo, un hormiguero.

Además, en el Museo se pueden adquirir diversos productos relacionados con la labor de las abejas, jalea real, propóleos, polen y por supuesto diferentes variedades de miel.

Las abejas nos están diciendo que debe preocuparnos el problema del cambio climático, que ya convive con nosotros y puede desencadenar una crisis de dimensiones no controlables.

Y hay que aprovecharse de esa pequeña gran fábrica de salud que es la colmena, donde se produce no solo la miel, el producto alimenticio, sino también otros varios con propiedades terapéuticas.

Xerardo Rodríguez