Hablemos del mirador de A CUROTA y los paisajes de VALLE INCLÁN...
Antes de llegar a la primera cumbre del Barbanza, a la de A Curota, ascendiendo desde A Pobra do Caramiñal, se topa uno casi de frente con la figura en piedra de un Valle Inclán mirando hacia la ría de Arousa. Desde aquí alcanzaba don Ramón María, Vilanova, su villa natal; y puede que, en este alto, -que disfrutaba a menudo ya desde la primavera cálida y hasta bien entrado el frío otoño-, naciese alguna de sus fabulaciones literarias.
Porque en algún lugar de esta Sierra del Barbanza se esconden aún las musas; posiblemente, entre los dólmenes y mámoas de la cumbre, próximos al Arca do Barbanza, monumento funerario que oculta misterio y leyenda.
Los de Boiro centran la Sierra, geográficamente, en este lugar de la parroquia de Cures donde esta ara o tumba pasa por ser el más grande símbolo funerario gallego.
En una de sus crónicas Valle Inclán le llamó la “catedral de las mansiones megalíticas” y también decía que las almas en pena allí enterradas, que vagan por la zona desde hace mas de cinco mil años, impidieron que los saqueadores de tesoros se llevaran valiosos enseres de oro y plata, ocultos bajo las losas…
Muchos de aquellos ladrones fueron llevados al Mas Allá por la procesión de las Ánimas.
Te diré que la Sierra del Barbanza es impresionantemente bella, misteriosa y muy valleinclanesca. La primera vez que ascendí a ella lo hice por Porto do Son hasta el Iroite y de allí caminé las pistas hasta el punto donde se alcanzan las dos rías, la de Muros-Noia y la de Arousa.
En el trayecto me salían al paso pinos de los “marítimus” y también viejos “carballos” de extrañas formas, que parecían llamarme por mi nombre de pila, mientras el espíritu de Valle me perseguía con todos sus personajes de fábula poniéndole banda sonora a aquella tarde y cantándole a las dos rías canciones nunca antes cantadas.
Porque el paisaje preferido por Valle Inclán era la perspectiva de su ría de Arousa y aquella pequeña bahía de A Pobra, brillante, amplia y fiel espejo de la hermosura del paisaje que se aprecia desde los Forcados de A Curota, a 618 metros sobre el mar…
El plano es casi cenital sobre la villa que aún hoy se debate entre ser marinera y ser veraniega… La imagen destaca desde aquí una ría de bateas, una costa de playas de blanca arena y una sucesión de pintorescos puertos, punto de atraque de barcos pequeños, principalmente los de la flota mejillonera.
Sin embargo, hay otro telón de fondo que Valle Inclán también admiraba. Es un horizonte de islas: Cortegada, ya vilagarciana y de únicas especies forestales. La Illa de Arousa, humanizada y naturalmente protegida. Y Sálvora, donde la sirena de piedra te canta la bienvenida en la bocana de la ría.
¡Aún recuerdo aquel atardecer en Punta Carreirón, cuando el sol se posó detrás de Sálvora y el Marqués de Bradomín dirigió a contraluz el coro de olas de otoño que se posaban en la playa, abarrotada de nereidas!
También os cuento que, en su creación literaria, el Licenciado Molina mantuvo la tesis de que todos los Mariño, apellido muy frecuente en Galicia, provienen de Sálvora…
Escribió Molina que…
“Vienen de una mujer, de hermoso rostro, criada en el mar, a la que un hidalgo de este Reino limpió de escamas y… fecundó”.
Por eso se llamaron Mariño. Porque su origen está en el mar…
Volviendo a Valle Inclán; cuando abandonaba su balcón de la ría, en los cálidos veranos de A Pobra, no resistía la tentación de descender siguiendo al torrente das Pedras para procurar la inspiración en cualquiera de los lugares magníficos creados por sus aguas. Para ello, desde el mirador de A Curota, procuraba los senderos que te conducen hacia el perfil de la sierra, donde hoy en día los molinos de viento comparten espacio con el caballo “barbanzón”.
Desde allí impresiona el acceso al lugar mágico de la ladera en donde el agua salta y se remansa para deleite de la gente joven, que utiliza estas pozas como piscinas naturales…
Alguna vez perdí las huellas de Valle Inclán en esta Sierra del Barbanza, pero siempre que vuelvo A Curota me lo encuentro impasible, mirando al mar y a la espera de esa musa que solo él comprende.
Xerardo Rodríguez