A PESAR DE TODO, ÍMOLA VIRANDO

El calor nos va a dar una tregua hoy y apetece la tertulia Es típica de la aldea y te invita a la reflexión, ahora que nos ahoga el consumo porque nos abruman los charlatanes catódicos con sus ofertas: auto, barco, casa, dólar, euro, inversiones, ganancias, joyas, lujo, moda, oro, usura…

—- Aquí, xa ves. Vivimos sin moitas necesidades.

—- Imos tirando…

—- Bueno, algo que cultivamos na terra e algo que nos pagan, xa nos chega. ¿Ou non?

—- O caso e ir indo.

—- Quen gasta un euro menos do que gaña xa é rico…

—- É ó… ¡Moi rico!

—- ¡Bah! ¡Non faga-lo parvo, que as cousas son así…!

Y deben de ser, me digo a mí mismo, mientras escucho a mis oráculos y contemplo como aún se mezcla en el paisaje un pasado de subsistencia y la revolución esencial.

VOLVEREMOS “POLA BEIRA DO MIÑO”

El ADIF, que es el organismo encargado en España de todos los proyectos ferroviarios, me ha dado ayer una alegría. Va a construir una autopista ferroviaria para resucitar la línea del Miño que dará servicio tanto a Galicia como a Portugal y que es imprescindible para el puerto seco del Condado. Además, esta es una de las líneas que aún guarda aquel romanticismo de los trenes de antes gracias a Andrés Dobarro, que colocó su canción “O Tren” en el número 1 de Los Cuarenta Principales de la SER y que ahora se saben de memoria hasta los que no habían nacido entonces. Será bonito y práctico volver a viajar en tren “pola beira do Miño”.  

LAS REDEIRAS SE REINVENTAN

El de redeira es un oficio viejo y romántico, que nos proporciona la postal inequívoca de los pequeños puertos de la Galicia más marinera. No sé cuáles son los motivos, pero se están quedando sin trabajo como tales, así que han decidido reinventarse.

Las de Malpica, Corme y Cariño ya se dedican a la artesanía y ahora en vez de arreglar las redes de pesca hacen bolsos, pendientes y carteras para algunas tiendas de Madrid.  

RECUERDO DE AQUEL DÍA EN BALAÍDOS

Estoy pensando en aquel mi primer día en Balaídos, con traje, corbata, abrigo de moda y sombrero de ala.

¡Vaya ridículo! Tenía unos veinte años y pensaba yo que al fútbol había que ir elegante. Sin embargo, me rodeaban señores en vaqueros y en jersey de cuello alto, sobre el que vestían la camiseta de aquel Celta heroico de Pedrito.

Mirando hacia la presidencia, sí, veías un grupo de gente que vestía como yo, pero sin sombrero. Eran los caciques y los prebostes de aquel Vigo de los sesenta que formaban una piña de petronios. Les llamaban “la aristocracia de la sardina”.

En el estadio aún había clases, los ricos iban a Tribuna y se asociaban con los de la Casta, que les dicen aún ahora. La clase media ocupaba la parte inferior. Y el obrerismo se codeaba con la gente de mar en la grada de Río, la más popular y la más peleona.

Allí estaba yo el día de mi debut futbolístico, en Río, que se bautizó así por culpa del Lagares que pasaba por detrás, aún sin canalizar y cuando llovía un poco inundaba todo. Recuerdo que todos me miraban como un bicho raro y Ángel Llanos, por pintoresco, me hizo una foto para el “Pueblo Gallego”.

No, no estaba fuera de lugar. Lo que estaba era inadecuadamente vestido. ¡Jamás me volví a poner un sombrero de ala y no volví al fútbol de traje y corbata! ¡Nunca volví a ser el jilipoyas de Balaídos!

Este domingo, a las cinco, aunque haga calor si no es mucho, a ver si me lleva mi nieta Alicia para ver el Celta-Getafe en directo.

INSTANTE FELIZ

Si no fuera por mi meiga y alguna otra que por aquí se pasea, perderíamos la noción de nuestras viejas tradiciones e incluso olvidaríamos a aquellas deidades que cuidan de nosotros en este mundo. No hay más que ver cómo nos invadieron los americanos para comerciar con el irlandés Halloween, cuando tenemos nuestro propio misterio, el Samain, la fiesta que ya celebraban los primitivos galaicos cuando vivían en pallozas, en los castros más antiguos.

Las meigas existen y son ellas las que nos hacen entender el milagro que nos lleva a debatir entre la fiesta de la vida y el culto a la muerte, dialogando con almas en pena que vienen del Mas Allá.  Ocurre que la cristianización las persiguió y aquellos bestias de la Inquisición, que fabulaban en su casa de Salvaterra do Miño, las quemaban en la hoguera; las meigas no comulgaban con sus leyendas de cristos crucificados llegados a la playa, ni con las de vírgenes que aparecían y desaparecían junto al río.

Se cuentan muchas historias de meigas que se atrevieron con los diablos para salvar a sus protegidos, arrastrados con malas artes hasta el cementerio.

En Cudeiro, sentados en el pretil, los abuelos contaban a los niños estas cosas que, lejos de meternos miedo, nos incitaban a imitar a los protagonistas de los cuentos.

En uno de ellos se decía que un señor muy mayor del Barral fue por su propio pie hasta la que iba a ser su tumba tras levantarse de la silla de ruedas, desde la que contemplaba los últimos años de su vida. Lo incitara un demonio, pero una buena meiga que vivía en Rivela, no solo le devolvió a casa, sino que obró el milagro de que caminara diez años más de una vida que duró más de cien.

Con mi meiga tengo experiencias personales que no debo contar pero que me llevaron al convencimiento de sus fabulosos poderes. Esta noche me acordé de ella especialmente… porque desperté en el instante eterno en el que caminaba entre nubes de su mano, mientras una raioliña alumbraba el sendero que conducía al paraíso. La verdad es que me merecía ese espacio de tiempo feliz.

Xerardo Rodríguez