Manuel Corral, artista de los fogones y poeta de la morriña en su local bonaerense del barrio de Belgrano, me contó una curiosa teoría: el turismo rural lo inventaron los gallegos cuando llegaron a La Pampa, en donde instalaron campings y restaurantes, aunque con la modestia de eso que aquí conocemos como chiringuitos. Así empezaron algunos de los grandes hosteleros gallegos de la Argentina. Como cuenta Corral.

En Galicia, el turismo rural comenzó a gestarse a principios de la rica década de los noventa, cuando nadie había pronunciado aún la palabra crisis, pero parte del patrimonio familiar de las aldeas y algunos edificios históricos estaban sumidos en la ruina. Se reconstruyeron y se levantaron estos nuevos establecimientos hoteleros, magníficos por concepción y ubicación, que en la actualidad esquivan el mal momento económico mejor que los hoteles urbanos de cinco estrellas. Lo logran porque la economía familiar, más precaria que hace apenas un bienio, solo permite a la mayoría de los mortales el turismo de proximidad.

Así, el pazo, el viejo monasterio, la pétrea abadía, el castillo medieval o el edificio de sencilla historia familiar, vuelven a la vida para invitarnos a disfrutar de los mundanos placeres que nos ofrece el mundo rural.

Dicen que en Galicia hay más de medio millar de opciones, desde donde se contempla el milagro de la resurrección de la piedra, escuchando el silencio del campo y la música del agua, tras saborear los platos de una gastronomía artesana.

La vida rural transcurre entre el escenario de la sierra y la atmósfera húmeda del mar; en la montaña, en el paisaje intenso del valle o en la inmensa playa de paz y sal, atlántica o cantábrica.

Si te apetece, ya sabes que siempre serás bienvenidos a la Galicia primaveral, donde cantan mil ríos y se duermen dos mares. 

XERARDO RODRÍGUEZ