Lo dice en una entrevista publicada por Ethic, lo dice sin ambages, con la claridad del que ya está de vuelta de casi todo... porque de todo es realmente imposible, como el mismo reconoce en un diálogo que merece la pena leer con calma entrando en este enlace

«PUTIN QUIERE RECONSTRUIR EL IMPERIO ZARISTA»

¿Está la Unión Europea en guerra?

No debemos decir que estamos en guerra porque no es así. De otro modo, estaríamos siendo testigos directos de la Tercera Guerra Mundial, así que más vale que no entremos en ella. Ahora mismo, todos nuestros esfuerzos están focalizados en Ucrania, pero sin pasar la línea roja de la beligerancia. Habrá quien diga que Putin puede interpretar como beligerante que estemos enviando armas a Ucrania y sancionando a Rusia, pero no es así: considera que tenemos una actitud enemistosa; no que estemos envueltos en un ataque armado. Las sociedades europeas –y esto supone una gran ventaja, aunque con sus inconvenientes– han alejado la posibilidad de asumir los sacrificios que implica una guerra. Especialmente uno: repatriar muertos. Eso es algo muy positivo, pero también muestra cierta vulnerabilidad porque si bien esta guerra no es nuestra ya que no luchamos en ella, a la vez sí que lo es, porque lo que allí se dirime, la integridad territorial de Ucrania, nos afecta. Forma parte de nuestro problema existencial puesto que Ucrania es uno de nuestros grandes socios: antes de que la guerra empezara, habíamos invertido en esta nación 14.000 millones de euros para ayudarle a desarrollarse. Más que la amenaza de la expansión de la OTAN, lo que Putin ve en Ucrania es un país eslavo que demuestra que puede vivir en una democracia plena y participar del proyecto europeo, ese bucle positivo que hay entre libertad, progreso y paz. Si alguien, por la fuerza bruta, consigue desmembrar un país, no sabemos dónde acabará esto o cuál será la próxima víctima.

En algunas ocasiones ha dicho que le preocupa que la gente no entienda lo suficiente lo que hay detrás de esta guerra. Que piensen más en las consecuencias que en las causas.

Es normal que las consecuencias preocupen más: comprender las causas es un ejercicio cognitivo; las consecuencias las vives en tu propia carne. Pensemos en aquel que tiene una fábrica y se ve obligado a pararla porque no se puede permitir el precio del gas o el que paga la electricidad más alta porque el gas ha multiplicado por diez su precio desde antes de la guerra. También a nivel macro: el presidente de un país africano, por ejemplo, tampoco puede soportar las consecuencias de una guerra. Es lógico que se preocupen por ellas y que exijan parar la guerra. Pero ¿cómo la paramos? Más concretamente: ¿qué significa pararla? Sin duda, si dejamos de ayudar a Ucrania, la guerra se acaba, pero ¿a qué precio?

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