Por Alfredo Costas Villar.

Un año sin Pilar Franco García

Me ha emocionado mucho ver en RBTRIBUNA el reportaje gráfico que nos presenta fotografías de cómo en Navidad aparecen decoradas no pocas tumbas, en un cementerio portugués, en una aldea de Ponte da Barca. Los testimonios gráficos allí recogidos conmueven. Y reflejan la sensibilidad enorme, el eterno recuerdo de los familiares -que aquí quedan- hacia las figuras de aquellos seres queridos que han tenido ya que partir... Hacerles partícipes, de alguna manera, a los que ocupan lugar en el camposanto, de esa Navidad en la que sus familiares tanto les echan en falta, es una lección de sensibilidad, una constatación de la importancia de tener claro que una determinada persona vivirá siempre, mientras haya alguien que le recuerde...

Y si la Navidad sirve también para echar en falta -¡y de qué manera!- a los que ya no están con nosotros, imagínese el lector lo que aún es más duro, que un familiar al que quieres enormemente, fallezca precisamente en pleno tiempo navideño...

Fue este pasado 29 de diciembre cuando se cumplió un año desde que Pilar Franco García nos dejó; persona bondadosa, afable, entrañable, muy querida en amplios sectores de la Sociedad, en Cangas do Morrazo.

A partir de ahí : es evidente que, como nieto, solo tengo palabras de admiración hacia mi abuela; una persona que, en mi formación y crecimiento, me aporto extraordinarios valores que no muchas personas tienen pero que ella sí albergaba. 

Este 29 de diciembre, esta Navidad entera, la he recordado con especial dolor : el de su ausencia definitiva de entre nosotros. Aquel día 29 de diciembre del 2021, recuerdo con indudable tristeza, por fin cumplió su deseo que poder descansar finalmente en paz, después de 2 años sufriendo, que si fuertes dolores óseos, que si tremendo y constante cansancio producto de la enfermedad degenerativa que tan resignadamente soportaba; muchos factores que le impedían estar todo lo activa que ella hubiese querido también para el final de sus días, tras haberlo sido en todos los órdenes a lo largo de su vida. 

Pilar Franco García fue una persona a la que que el calificativo de “trabajadora” se le queda muy corto. Toda su vida fue sacrificio, esfuerzo, abnegación y entrega incondicional en favor de su familia, de sus allegados... Ella desde que sus ojos se abrían cada mañana hasta que sus ojos se cerraban bien entrada la noche en su cama, era trabajo permanente y todo el día esforzándose procurando el bien común de los demás; con la consecuencia personal negativa de muchas veces olvidarse de que ella también existía y que debería cuidarse un poco.

Nunca fue egoísta en lo que hacía o le tocaba protagonizar; y a través de muchas de las cosas que hacía en su día a día, nos dio una permanente y ejemplar lección de vida, la de una mujer de las de verdad, luchadora diaria, capaz de emocionarnos en muchas de sus acciones y hacernos partícipes de sensaciones muy especiales.

Tuve la gran suerte de haber estado 22 años de mi vida junto a ella. Recuerdo cuando era pequeño y echaba la siesta; siempre me despertaba ella, con aquella sonrisa dulce, con aquel cariño que irradiaba. Yo despertaba y ella estaba allí, al lado, acompañándome y siempre leyendo "el Faro de Vigo".
Fue una inmensa suerte, el haberme criado con ella y con mi abuelo Ángel Villar, casi desde que nací;  para mí fue muy importante. Formaron un equipo fantástico ella y mi abuelo -otro personaje que era digno de admiración-; nunca los veías dando un paso a un lado, siempre lo intentaban todo, se complementaron admirablemente en la mayoría de actividades a lo largo de sus vidas, se ayudaban permanente y mutuamente en todo lo que se necesitasen. Protagonizaron una auténtica y entrañable historia de amor, de esas que narran las novelas pero que no es tan fácil hallarlas cada dos por tres en la Vida diaria. 

Cuando enfermó mi abuela, en su recta final, tuve la oportunidad de en algo recompensarla tras su esfuerzo de tantos años en favor de mi. Devolverle, al menos en parte, el enorme amor y cariño que siempre -tanto ella, como mi abuelo Ángel- me manifestaron. Pude cuidarles en su último tiempo y aún en esa situación seguir aprendiendo de ellos. Fueron tiempos difíciles, donde lloros, risas, bajones, subidones... estaban al orden del día. 
En el caso de mi abuela Pilar, en su recta final, no había día que ella no estuviese obsesionada por no querer dar trabajo, pero a la vez agradecía que la atendiese, ya que le gustaba sentirse querida y eso se le notaba. Para mi, cuidar de mi abuela Pilar fue como un regalo, pues desde el primer día hasta el último fue una lección de vida excepcional y que recuerdo con mucho cariño.

Abuela Pilar : gracias por haberme hecho sentir tanto, lo que permitió a mi corazón estar a tu lado en cada momento malo y no tan malo; gracias por haberme permitido vivir tantos años de amor a tu lado y tu sin pedir nunca nada a cambio; gracias por haberme enseñado a desarrollar muchos rasgos de mi personalidad de una manera sana y -sencillamente- hoy soy la persona que soy, en mucho gracias a ti. Gracias también porque entre el abuelo Ángel y tu... tuvisteis hacia mi un ostensible respeto y me ayudasteis a formarme y a no rendirme en épocas que yo lo estaba pasando realmente mal. 
Gracias porque vuestro chico -y nieto más pequeño- es hoy grande y en el recuerdo permanente estáis vosotros que me habéis dejado el ejemplo eterno; nunca olvidaré tantos momentos a vuestro lado y seréis siempre mi mayor tesoro. 
En definitiva, gracias a la Vida por darme los abuelos que me dio; siempre estaréis dentro de mí; un abrazo allá donde estéis; os quiero.

ALFREDO COSTAS VILLAR