MARAVILLOSO DÍA EN RIBEIRA



Mis hijos me han cumplido el capricho. Mi pareja y yo allá nos fuimos con ellos a Ribeira para que el sol del fin de semana nos proporcionase esa energía que tanto echamos de menos. La ciudad, como tal, ha crecido hacia sus parroquias, en donde hace miles de años se asentaron los pueblos postmarcos en los iniciáticos tiempos, esos de los que son testigos numerosos restos arqueológicos, abundantes en los montes que surgieron en la media ladera de la sierra del Barbanza.

Creía yo haberlo visto todo hasta que Irene -que ya es de la familia- nos llevó a Pedra da Rá, un lugar que te permite alcanzar la sierra, la ría, la duna, las lagunas y el infinito Atlántico… abierto a los barcos que pasan por el horizonte de estrellas de plata, esas que brillan cerca del parque natural de Corrubedo y sobre el propio pueblo, marinero, que lo sigue siendo como siempre, aunque mi favorito es Aguiño.



Lo es por esa punta a la que se accede con facilidad a la mejor perspectiva de la ría y del océano con su frontera de islas, las del Parque Atlántico. Ahí, si te empeñas, escuchas los cantos de las leucoiñas de Cíes, las nereidas de Ons y las sirenas de Sálvora; y las imaginas emergiendo de las cuevas submarinas rodeadas por los nobles de la corte del rey Neptuno.



Luego, al atardecer, resulta maravilloso escuchar el canto del Sol metiéndose en el agua al mismo tiempo que se apaga: suena como el hierro candente cuando el herrero lo sumerge en el agua de su fragua. Es un espectáculo único.

Todo esto que te cuento, sumado a las mas sabrosas viandas del Restaurante Porto de Aguiño, elaboradas con productos del mismo mar de al lado, hizo maravilloso el día.

Al final, ya en casa, me entró la Luna por la ventana para engrandecer la estancia.

Estos días, cuando has traspasado la barrera de la ancianidad, no se olvidan.

XERARDO RODRÍGUEZ