Descendía del Liñeredo por entre carballos y abedules, los que acompañan en su trayecto al Riamonte, antes de llegar a los molinos. Me la encontré de golpe, desnuda, como posando para mí sobre el árbol viejo, caído la noche anterior como consecuencia de un mal rayo que lo partió en dos.

Parecía una “Hidra” porque no hablaba ninguno de los idiomas habituales en mi Tierra Única y a mí no me sonaba a lenguaje europeo aquello que parecía un improperio salido de su boca. Cuando voy por mi bosque, mi paraíso del monte San Marcos, no me gusta encontrar a ninguna “Hidra”. Son hermosas, pero sus cabezas esconden los malos pensamientos de la magia negra

Las raioliñas de la mañana se colaron entre los árboles, en el sendero de los molinos, cuando caí a sus pies, sin sentir dolor. No, no era la “Hidra”, sino una bellísima mujer, vestida con una túnica blanca transparente, que dejaba entrever provocativamente todos sus encantos.

—- Hola, soy Mjesec.

Yo le tendí la mano y me quedé sin palabras ante tanta dulzura. Sin duda era una “Ninfa” del bosque, pero no una “Ninfa” cualquiera. Seguro que pertenecía a las “Hamadríades”, que llegaron a Galicia procedentes de Centroeuropa, cuando estalló la Guerra de los Balcanes… ¡Y aquí se quedaron cautivadas por la maravilla de los bosques únicos…!

A las “Hamadríades”, los Dioses del Olimpo les concedieron poderes especiales. En realidad, son espíritus que cobran forma humana solo cuando quieren hablar con nosotros, por eso nos provocan con su belleza.

El ciclo de su vida es corto porque ostentan la representación divina en el mundo arbóreo. Nacen, viven y mueren a la par que los carballos…

—- Deberías de cuidar más tu bosque, limpiarlo a menudo, evitar que se queme, repoblarlo…

Las “Hamadríades” desaparecen con la caída de la hoja y renacen con la primavera para vivir los gozos de las estaciones más bellas…

—- ¿Sois muchas las ninfas que habitáis este bosque?

—- Las suficientes para cuidarlo… cuando tú no lo haces.

Miré aquel árbol de arriba abajo y no noté nada especial, pero cerca de él dejé una marca para hablarle, si es posible, cada vez que venga a mi paraíso escondido.

EL ÁRBOL, MI COMPAÑERO

Dejadme soñar, por favor, que ya no queda grano que moler. Cuando las ilusiones se pierden merece la pena imaginar conversaciones en los lugares amados.

Los bosques y los árboles eran para los galaicos algo más que paisaje y madera. Los consideraban símbolos de vida y en torno a ellos desarrollaron una cultura mágica, en la que los druidas realizaron un horóscopo protector que las otras culturas ligaban a la luna y a los astros. El bosque era la gran catedral del druida y en él celebraban tanto los ritos y ceremonias, como las fiestas. Cada árbol se consagraba a un dios y cada especie vegetal simbolizaba una virtud.

Los que no creen en nada se divierten con esta teoría, pero los naturalistas que la descubrieron nos recuerdan que, al igual que las personas, los árboles, nacen, crecen y se reproducen. Y también mueren como los humanos. El horóscopo celta, por ejemplo, no predice el futuro, solo da explicación a la personalidad de cada uno, al mismo tiempo que permite descubrir el misterio cultural de los sabios, magos y guerreros que veneraban toda población vegetal.

Los druidas diseñaron un calendario sobre la base de veintiuna especies arbóreas. Y al menos nos dejaron una romántica visión de cada una de ellas. El carballo y el olivo son valientes y sabios, que representan la primavera y el otoño en el calendario celta; mientras, el abedul y el haya, encarnan, por su creatividad, el verano y el invierno.

El manzano es el árbol del amor; el olmo de la nobleza. El ciprés representa la fidelidad. El sauce llorón bebe la melancolía. El avellano conecta con lo extraordinario. El nogal es la pasión y el castaño es la honestidad…

Son algunos de los significados de las especies respetadas por los antiguos pueblos galaicos. A cada uno de ellos asociaban su personalidad. Es una historia de nuestro pasado que debemos a los naturalistas… El hombre actual, cuando menos, debiera imitar la vieja cultura de nuestras raíces.

Todos seríamos mucho mas felices hablando con los árboles que discutiendo con nuestros semejantes, creedme.

Xerardo Rodríguez, director de GALICIA ÚNICA