UN CREPÚSCULO EN EL ALMA


Al doblar la punta atlántica que llaman Celta, la fúlgida luz de septiembre ciega la playa, que ya será toda una, en esta orilla tranquila, junto a los lagos donde enraízan flores y juncos. Y así hasta el Castro de Baroña, testimonio de la presencia del galaico primitivo, que tuvo aquí durante mil años vivienda, poblado y sistema de vida.

Desde el Castro la vista alcanza, enfrente, el Monte Louro, cuya silueta brilla palpitante sobre esta ría en calma, de ensoñadora placidez. Si la navegamos, bordeando la costa en busca del Faro de Punta Insua, el mar concentra su belleza en los vibrantes espacios humanizados…

Villas que crecen desde las azules aguas y recogen su beldad. Puertos llenos vida donde cantan marinos de alma errante. Porto do Son, Portosín. Lugares para el descanso. Rincones fulgurantes de violentos contraluces.

Villas nacidas en la prehistoria y marineras como la brisa de este mar fecundo cuya historia de cada día la escribe el sol en ese instante en que todo brilla con profunda intensidad y misterioso florecer sobre el agua…

Por eso quienes aquí vienen siempre se llevan un crepúsculo en el alma.


Xerardo Rodríguez