EL ÚLTIMO PLACER

Esta mañana, tras la ducha, la miré fijamente. Di vueltas y mas vueltas a su alrededor como si estuviera chocheando ya. Es algo que nunca descarto porque también llega con la edad. Por fin, tras varias revira vueltas, le dije:

—- No te daré el gusto. Tu no me pesas. Jamás vas a condicionar mi condumio, que es mi último placer.

Hablaba con la Báscula y por si acaso salí de casa apurando el paso entre los alisos del parque central. Tanto que, cansado, me senté en la soledad del banco y me puse a pensar…

He de comer despacio, saboreando y conversando. Masticando el gusto. Disfrutando no solo de la comida sino de cuanto me rodea. Incluso de la larga sobremesa y de nuestras tertulias a la gallega, porque tienen también su salsa. Esto es, volver a los principios alimenticios de la tradición humana. Es decir, estar en salud.

¡A mí que me importa como me llamen! Me da igual ser frutista, macrobiótico, vegetariano, crudista u orgánico. La filosofía alimentaria de los abuelos que conozco es comer de todo, pero con calma, deleitándote especialmente con el producto fresco.

Porque la comida debe de ser un verdadero ritual social. Comenzando por la compra y las conversaciones en el super. Siguiendo por la humildad del almuerzo diario, para llegar a la comida familiar de los domingos y terminar en el gran banquete de los días especiales, que son siempre de fiesta.

¿Sabes? Ya no me importa engordar porque me he propuesto conservar el único placer que me queda y conservar intacto el gusto gastronómico.

—- Pues hoy confórmate con una sopita de gallina y unas judías verdes con jamón salteado…

(No, esta no es la Báscula, es la que manda y cocina en casa).

XERARDO RODRÍGUEZ